Con 51 años y una vida dedicada a las artes marciales, Mario Segovia decidió dar un paso valiente: retomar sus estudios universitarios casi tres décadas después de haberlos abandonado. Lo hace por él, por sus hijos, y por todas esas oportunidades laborales que se le escaparon por no tener un título profesional. “Nunca es tarde para alcanzar nuestras metas”, dice convencido.
Nacido en Salta, Argentina, llegó a Bolivia en 1997 con el sueño de formarse profesionalmente. En 1998 se matriculó en el Instituto Nacional Superior de Actividad Física (INSAF), pero las dificultades económicas y la crisis en su país lo obligaron a dejar las aulas para ganarse la vida. “Mi familia no podía ayudarme, así que tuve que trabajar. Pensé que sería temporal, pero pasaron muchos años”, recuerda.
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Con los compañeros de aula. |
En 2004 conoció al amor de su vida y, un año después, encontró en Montero su segundo hogar. Desde entonces, formó una familia con Marisol Zurita, comunicadora social, y juntos criaron a dos hijos: un joven de 17 años que sigue sus pasos en el taekwondo, y una niña de 11 que se destaca en la gimnasia artística.
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Mario junto a su esposa y sus dos hjijos. |
Mario nunca dejó de lado su pasión por las artes marciales. En 2010, ya instalado en Montero, reactivó el taekwondo en la ciudad abriendo su propio gimnasio. Desde allí ha formado a decenas de niños y jóvenes que han brillado en torneos municipales, departamentales y nacionales. Algunos de sus alumnos incluso fundaron sus propios clubes, expandiendo aún más la disciplina. Hoy, Mario ostenta el 4to Dan en taekwondo y el 1er Dan en hapkido.
A comienzos de este año, impulsado por el ejemplo que quiere dejar a sus hijos y por el deseo de cerrar un ciclo personal, decidió volver a la universidad. Actualmente cursa el quinto semestre de la carrera de Actividad Física en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, convalidando materias que había aprobado años atrás.
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Recibiendo junto a su hijo el título de 1er Dan en Hapkido |
Su rutina no es fácil. Cada día madruga para recorrer los 52 kilómetros que separan Montero de Santa Cruz de la Sierra. En las tardes se transforma nuevamente en sensei, y por las noches dedica su tiempo a la familia. “Montero me abrió los brazos. Argentina fue mi hogar hasta los 18, pero acá me siento en casa. Si no fuera así, ya me hubiera ido hace mucho”, asegura.
La historia de Mario Segovia es una lección de perseverancia, amor por la enseñanza y compromiso con uno mismo. A los 51 años, demuestra que nunca es tarde para volver a empezar.
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